miércoles, 22 de mayo de 2019

El Guaratorio por Jose Luis Quintero (Colombia)


El Guaratorio
A mí que me sirvan un aguardiente de caña de las cañas de mis valles y el anís de mis montañas, a mí no me dé trago extranjero que es muy caro y no sabe a bueno.

     A pesar de que el aguardiente es el trago de mi predilección mi iniciación en el mundo etílico no fue con guaro sino con ron. Me parece que tenía doce años y era el día de las velitas de 1999, a las portas de cambiar de milenio y que milenio más alcohólico el que me esperaría después de esa noche. Fue con un vasito de plástico con hielo y con ese brebaje tan chimbchombiano de ron tres esquinas con Coca-Cola que me inicie en las mieles de Baco. Estábamos en Kennedy con la familia de mi padrastro y ellos, los adultos responsables, estaban tambien rezándole a Dioniso muy diligentemente como buenos católicos apostólicos romanos. Por eso fue que mi mama a pesar de estar presente no se percató que su hijito tan inocente estaba pegándose su primera jala con un poco de caldenses que se lo gozaron por el desparpajo y elocuencia que el ron me había producido.
Fue así de esta manera tan casual que entre en el mundo de las copas. Y no sería precisamente el ron el coprotagonista de lo que se vendría seria su majestad: Don Guarito. Algunos loquitos le hacen el feo al guaro y lo tildan de almizcle para el populacho, de gasolina para la furia de la violencia colombiana, de ser trampero. Pero yo no creo que sea así. A pesar de las críticas a mí que me traigan un guaro para esta mesa y comenzamos con una mediecita y le seguimos con la garrafita. El aguardiente representa muy bien lo que es Colombia. Una colcha de todos los sabores y colores: existe el néctar verde, el del valle, el cristal, el tapa roja, el antioqueño --uff que delicia se me hace agua-ardiente la boca—también está el llanero, el líder Boyacense que es bien bravo y peligroso. Y a mí que me lo sirvan en copita y con limoncito. Y aténgase parcero que acá en Colombia tomamos hasta reventarnos y quedar gateando por las calles y avenidas.
 Así lo hicimos con Andrés Ferney en todas esas terribles noches de consumo indiscriminado de anisado en las cuales nos parrandeamos la séptima, la once y la avenida suba principalmente. Ah sí señor y eran las inanimadas estatuas de próceres olvidados y cagadas por ratas voladoras a las que les devolvíamos el alma con nuestras serenatas aguardientosas, ya que el guaro tambien tiene esa facultad de despertar lo más melómano del alma colombiana. Te hace cantar y cantar desde vallenatos de Otto Serge hasta los tangos de los Visconti.
 Y es que no hay mejor trago para el despecho que el guaro, el anisado si te saca toda la pena del fondo de tu mango hecho mordiscos, pero eso si tienes que estar con unos buenos parceros porque como digo es bien tramperito. El problema con el guaro es que es muy dulce dicen algunos y es trampero porque tomas y tomas copa tras copa y no crees que estas jeto, pero te levantes de la silla e hijo madre que borrachera tan brava en la que estás. Y pues debido a lo dulce del brebaje las consecuencias de su consumo excesivo llevan a no ser muy apreciado al día siguiente. Y el paciente arrepentido y con la cabeza en lo más profundo de la taza del inodoro promete que jamás en la vida se vuelve a tomar un aguardiente. Y como somos colombianos y lo mejor que sabemos hacer es olvidar, el mismo muñeco que se quejaba la semana pasada del translúcido licor, esta este mismo sábado levantado su copa y proclamando el más ilustre de los lemas: pa arriba, pa abajo, ¡¡¡pal entro y pa dentro!!!



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