El Guaratorio
A mí que me sirvan un aguardiente
de caña de las cañas de mis valles y el anís de mis montañas, a mí no me dé
trago extranjero que es muy caro y no sabe a bueno.
A pesar de
que el aguardiente es el trago de mi predilección mi iniciación en el mundo etílico
no fue con guaro sino con ron. Me parece que tenía doce años y era el día de
las velitas de 1999, a las portas de cambiar de milenio y que milenio más alcohólico
el que me esperaría después de esa noche. Fue con un vasito de plástico con
hielo y con ese brebaje tan chimbchombiano de ron tres esquinas con Coca-Cola
que me inicie en las mieles de Baco. Estábamos en Kennedy con la familia de mi
padrastro y ellos, los adultos responsables, estaban tambien rezándole a Dioniso
muy diligentemente como buenos católicos apostólicos romanos. Por eso fue que
mi mama a pesar de estar presente no se percató que su hijito tan inocente
estaba pegándose su primera jala con un poco de caldenses que se lo gozaron por
el desparpajo y elocuencia que el ron me había producido.
Fue así de esta manera tan casual que entre en el
mundo de las copas. Y no sería precisamente el ron el coprotagonista de lo que
se vendría seria su majestad: Don Guarito. Algunos loquitos le hacen el feo al
guaro y lo tildan de almizcle para el populacho, de gasolina para la furia de
la violencia colombiana, de ser trampero. Pero yo no creo que sea así. A pesar
de las críticas a mí que me traigan un guaro para esta mesa y comenzamos con
una mediecita y le seguimos con la garrafita. El aguardiente representa muy
bien lo que es Colombia. Una colcha de todos los sabores y colores: existe el néctar
verde, el del valle, el cristal, el tapa roja, el antioqueño --uff que delicia
se me hace agua-ardiente la boca—también está el llanero, el líder Boyacense que
es bien bravo y peligroso. Y a mí que me lo sirvan en copita y con limoncito. Y
aténgase parcero que acá en Colombia tomamos hasta reventarnos y quedar
gateando por las calles y avenidas.
Así lo hicimos
con Andrés Ferney en todas esas terribles noches de consumo indiscriminado de
anisado en las cuales nos parrandeamos la séptima, la once y la avenida suba
principalmente. Ah sí señor y eran las inanimadas estatuas de próceres
olvidados y cagadas por ratas voladoras a las que les devolvíamos el alma con
nuestras serenatas aguardientosas, ya que el guaro tambien tiene esa facultad
de despertar lo más melómano del alma colombiana. Te hace cantar y cantar desde
vallenatos de Otto Serge hasta los tangos de los Visconti.
Y es que no hay
mejor trago para el despecho que el guaro, el anisado si te saca toda la pena
del fondo de tu mango hecho mordiscos, pero eso si tienes que estar con unos
buenos parceros porque como digo es bien tramperito. El problema con el guaro
es que es muy dulce dicen algunos y es trampero porque tomas y tomas copa tras
copa y no crees que estas jeto, pero te levantes de la silla e hijo madre que
borrachera tan brava en la que estás. Y pues debido a lo dulce del brebaje las
consecuencias de su consumo excesivo llevan a no ser muy apreciado al día siguiente.
Y el paciente arrepentido y con la cabeza en lo más profundo de la taza del
inodoro promete que jamás en la vida se vuelve a tomar un aguardiente. Y como
somos colombianos y lo mejor que sabemos hacer es olvidar, el mismo muñeco que
se quejaba la semana pasada del translúcido licor, esta este mismo sábado
levantado su copa y proclamando el más ilustre de los lemas: pa arriba, pa abajo,
¡¡¡pal entro y pa dentro!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario