jueves, 25 de octubre de 2018

Masha - Daniela Cortez (Nicaragua)

Era jueves. Una vez más el último jueves del mes. Se levantó sabiendo que como durante los últimos 4 jueves regresaría a casa con las típicas náuseas y un cuerpo débil que la llevarían a postrarse en la cama por el resto del día, o quizás el resto de la semana. Aun así se levantó con el ánimo de siempre, al fin y al cabo sería una quimioterapia menos, de la lista de 10, que tendría que aguantar.


En el hospital era la misma rutina: los mismos pacientes, las mismas enfermeras, los mismos médicos. La única novedad fue que el señor de Matagalpa había llegado antes que ella, era la primera vez, al parecer hoy no lo había dejado el bus. Carlos ya se había ido a la universidad y vendría por ella después de mediodía. Con los sueros en mano se sentó en la misma silla que se sentaba cada 21 días. “Hola Naomi, ¿Cómo te sentís hoy?”, le dijo la misma enfermera que la atendía, doña Juanita, la de busto grande y piernas cortas, mientras se ponía los guantes morados para empezar a conectarle los ductos correspondientes. En realidad se sentía tranquila, pero ansiosa de que estas casi 6 horas de martirio pasasen rápido. Una vez terminada su labor, doña Juanita se retiró atender a otro paciente. Naomi se quedó ahí, sola en su lucha en contra de un cáncer linfático detectado hace poco menos de un año. Sola en su pensamiento optimista de que todo saldría bien y que después de hoy faltarían solamente tres sesiones más. Sola estaba Naomi, sola sin siquiera imaginar que en poco menos de un mes, estaría luchando doblemente por su vida.


“¡Agachate, agachate, no ves que están disparando por ese lado!” le gritaba la Comandante Masha a Carlos mientras este se arrastraba de prisa hacia el otro extremo del tranque. “¡Nos están tirando a nosotros Masha, nos están tirando a nosotros!” gritaba Carla mientras que con su celular grababa como podía lo que pasaba.       


El ruido de las balas retumbaba con fuerza en sus oídos cuando penetraban en las paredes de las casas de alrededor. Masha sentía venir una debilidad en el cuerpo que fácilmente reconoció, pues ya llevaba meses sintiéndola, sin embargo esta vez era diferente: si su cuerpo se rendía ella moriría de una bala.
Del otro lado del tranque los paramilitares cargaban sus fusiles AK-47 con tan fluidez que hasta parecían disfrutar de su trabajo. “¡Cúbranme!” gritaba Tomás, el gordito que vestía la camisa roja que le había regalado su hija la Navidad pasada y quien cubría su pecho con un chaleco negro antibalas, su cara con la capucha negra que le dio Luis, y su cabeza con el gorrito playero que usó hacía unas semanas cuando llevó a su familia a las playas de Pochomil el sábado de gloria.


Masha sentía miedo de morir, aunque no era el mismo miedo que sintió cuando el médico le explicó los resultados de la biopsia que le habían hecho. Este miedo era distinto porque junto a él estaba una rabia que nunca había sentido antes. No, su cuerpo no podía rendirse así de fácil, no en estos momentos. Quizás fue la adrenalina o la misma rabia que la hizo reaccionar y quitándose la máscara antigás improvisada que se había puesto, tomó el mortero y poniéndolo entre el agujero que habían dejado en medio de la pared de ladrillos lo apuntó hacia donde pensaba salían los tiros. “Pasame el fuego Carlos, apuráte, apuráte!” le gritó a un Carlos que le obedecía con manos temblorosas. “Vos Carla, dejá ese teléfono y agarrá el otro mortero, apuráte!”


“Jefe, están disparando morteros” gritaba Tomás mientras cargaba su AK-47. “No importa, vos seguí disparando, estos chavalos hijos de la gran puta se la dan de valientes, seguí disparando!” Le contestó el jefe de escuadrón quien había recibido órdenes de esa noche limpiar todos los tranques del barrio Santo Domingo.


Era casi de madrugada y el sol estaba por salir. La oscuridad, cómplice de los paramilitares, se iba con más prisa que otras noches. El jefe vio su reloj y calculó unos 5 minutos para que pasara por ellos la Toyota Hilux. “Ya paren el fuego y alístense que ya van a pasar por nosotros. Mañana les seguimos dando verga a estos chavalos hijuelagranputas” ordenó el jefe.


“Ya se van, ya se van. Ahí viene la Hilux” gritaba con alivio Carlos. Habían sobrevivido una noche más. La comandante Masha respiró profundamente mientras en silencio daba gracias a Dios por los primero rayos de sol. Abrazó a cada uno de sus amigos y les agradeció su valentía. Había sido una noche larga y dura, la peor que habían pasado. Recogió sus cosas y esperó con calma al próximo grupo que le tocaba vigilar la tranca. Era el último jueves de abril y doña Juanita la iba a estar esperando más tarde en el hospital.


Miércoles, 1 de agosto de 2018    

viernes, 5 de octubre de 2018

Yo pesqué una sirena - Alfredo Hernández (México)



Yo pesqué una sirena y la arroje al mar.
El juego se hunde en la arena, desaparece para dar paso a la seductora inocencia de una sirena, los rayos del sol se concentran en ella... El pirata descubre el cofre y se lanza al fondo de un mar que no sólo no ahoga, le llena de vida.

María Juana, flotas sobre las olas, el viento me acerca tu piel, mientras el agua fluye de ti, pero su marea hacia ti me arrastra.
Aún en silencio escucho tu canto, invitación de un son en jarana y la danza de tu cabellera (ramas del palmar). El susurro del azul obscuro en un lento beso a la luna y el guiño de tus luceros.

Yo pesqué una sirena y me invitó a amar.
Suave marea del arpa sonora y su eco en tu risa, décimas que escalan el lenguaje hasta convertirse en silente promesa.

Yo pesque una sirena. Se me fue a través del humo al fumar. No, no fué un sueño, fué la invitación del camino a la vida, mirar de frente y caminar de la mano.

VERANO DEL 74, DESDE ENTONCES Y PARA SIEMPRE ... SOLO VERACRUZ ES BELLO.