lunes, 14 de marzo de 2016

Zapatos, por Daniela Cortez de Nicaragua

Zapatos

Los zapatos. Si, fueron sus zapatos. Me enamoré de ellos antes de cualquier otra cosa. Ese estilo me envolvió, así como casuales, pero con un toque de elegancia. De ellos no podía distinguir exactamente el material en que estaban hechos: sería gamuza, sintética, o ese cuero tan fino que

parece que el animal sacrificado nació con la simple misión de morir para seguir existiendo como casa que albergaría unos pies tan finos como los suyos. No justifico la muerte de una criatura inocente para convertirlo en objeto, pero en este caso, no sería un objeto cualquiera, sería, por unas horas, la casa de sus pies. Sería, de ponerlo de una manera, el cuerpo de un mártir desplazándose elegantemente sobre el suelo poco merecedor de su presencia.

Sí, ahora lo sé con certeza, fueron los zapatos los que me enamoraron.

¿Fetiche? No creo que sea un fetiche, porque, como cualquier persona fiel al amor de su vida, no me he fijado en otros zapatos. Incluso, ningún otro de sus zapatos, que, la verdad, son muchos,  me han atraído en lo más mínimo. Al contrario, raramente me fijo en los que trae puestos, y a menos que me pregunte si combinan con su ropa, no les noto. Excepto, claro, cuando se pone esos zapatos. Los zapatos. Tan negros como la noche. Tan elegantes que parecen tener vida propia. Lindos, esos zapatos.

Una noche, mientras nos alistábamos para salir a cenar, salió de su closet con ellos en mano, se los puso y mis ojos brillaron como lo hicieron la noche que los vi por primera vez.

“Creo que es hora de reemplazarlos” dijo viéndoles con un gesto un tanto indiferente.

“¡No!” respondí de inmediato sin percibir la tonalidad de mi voz. “Aun se ven bien” añadí tratando de disimular mi estado casi de pánico. Y sin nada más que agregar, terminó de vestirse y se dirigió a la sala.

Se los puso. Vestía una vez más esos zapatos, los que me enamoraron. Esa pieza de arte inigualable, poseedora de una figura hechizante, que con la complicidad de la noche me llevaban a mundos desconocidos y vistos simultáneamente.

Esa noche fue completa, como completas han sido las veces que le veía lucir sus zapatos, negros como el cielo que nos cubrió esa noche.

Lo vi subir al carro y me detuve por un instante. Si, es él, el amor de mi vida; el dueño de los zapatos negros

No hay comentarios:

Publicar un comentario