Pilar y yo fuimos a una fiesta. Allí estaba Juan, quien me hacía ojitos desde que
nuestras miradas se cruzaron; era el más bajito, pero el más guapo de todos. Me
invitó a bailar y, cuando terminó la pieza, nos sentamos juntos. Pilar, mientras
tanto, trataba en vano de convencer a Ramón para que la saque a bailar. De
pronto, ella vino hacia mí y me susurró al oído:
—Préstame tu lápiz labial.
—Bien. Está en mi cartera. Esa, al lado de la tuya —le señalé.
—Gracias.
Comenzó a buscar y, sacando lo que ella creía que era, leyó la bolsa que lo contenía:
«¡Peter! ¡Qué nombre tan raro para ponerle a un pintalabios!».
Me di cuenta de lo que tenía entre manos, me abalancé hacia ella con desesperación
y antes de llegar a rescatar a mi Peter resbalé causándole el mayor arañazo de su vida.
Peter salió disparado de la bolsita que lo albergaba y todos se dieron cuenta de qué se
trataba.
Ahora estamos en la clínica atendiéndonos de nuestras heridas: Pilar, de la mano y yo,
de mis rodillas. Todo por Peter, mi dildo.
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