1989, una mañana de invierno me
sorprendió mi madre con su llegada a la
ciudad de México, en la que me acompañaría a la boda de una de mis mejores
amigas. Jamás olvidaré aquel momento que marcó mi vida, ya que ese bello
recuerdo quedó atrapado en mi mente. Recién llegadas al salón de fiestas nos
sentamos en una pequeña mesa donde yo la podía disfrutar frente a frente, con
la mirada más bella y sus grandes ojos verdes que jamás volví a ver. El color
de la ternura. Tenía escasamente ocho meses que me había separado de mi
madre para volar y hacer mi vida más
independiente. Conversamos de todo un poco. Me di cuenta que ella quería saber
cómo me sentía y si yo estaba bien. Debo aceptar que la extrañaba. Yo estaba
feliz de tenerla a mi lado, el roce de sus manos con las mías me hizo sentir
tan segura. Igual que cuando de niña tenia miedo, bastaba un abrazo y todo desaparecía. Tomándome con sus manos apretó fuertemente y mirándome
frente a frente me dijo estas palabras - Mi niña ¿Sabes qué hago cuando tengo
deseos de verte a pesar de tenerte lejos? - Intrigada le pregunté. Ella sin
soltar mis manos cerro sus ojos, mientras yo admiraba esa expresión tan hermosa,
me contestó - Cierro mis ojos y me veo
viajando en un tren, esperando con tanta emoción que en la próxima estación estarás
allí para abrazarte - Mi madre siguió con sus ojos cerrados como si todavía
continuaba en el viaje, esperando llegar a su propia estación. Pude sentir en
ese momento su gran deseo de que estuviéramos juntas. Hoy en día, escuchar el sonido de un tren es música a mis oídos.
Es sentir que está cerca de mí, es sentir
que en mi propia estación la podré abrazar.
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