El primer
vampiro de mi memoria literaria y cinematográfica, el Conde Drácula, era de
Transilvania, Rumania; de las sombrías y tétricas noches de los países del este
de Europa. Pero el vampiro de Roberto De La Torre es de Irlanda, tierra de
gnomos y de fantasmas más provenientes de vapores etílicos, reside en Nueva
York y se llega hasta el Río Grande a buscar la cura al embrujo santero-caribeño
que lo convirtió en la miserable bestia nocturna, pero a la vez le otorgó el poder mágico
de hacerse invisible cuando tocaba en su guitarra eléctrica, ante el público,
temas de Carlos Santana.
Así comienza
este libro de relatos mágicos, fantásticos y alguno que otro que coquetea con
el horror, titulado El Vampiro del Río
Grande. Con un lenguaje directo, casi como de las voces de los ancianos de
pueblos, delos cuales escuchamos historias de fantasmas y aparecidos, Roberto
De La Torre nos sumerge en un universo que ya de por si, a la simple vista del desértico
paisaje, de los pueblos congelados en la historia y de los diarios y violentos aconteceres,
reta a la misma realidad.
En una tierra
donde los vampiros reales, como los capos del narcotráfico y sus manadas de lobos
sedientos de dinero y sangre, coyotes
para quienes la vida de los emigrantes vale tanto como el precio que puedan
pagar por el peligroso viaje, impredecibles contrabandistas, cazadores de
caminantes de los desiertos, la muerte, la huesuda figura vestida de harapos,
es el diario personaje que a sus lados camina y va dejando historias, fábulas y
leyendas que alimentan esta literatura escrita a ambos lados de una frontera
cada vez más visible y amurallada, diluyendo la transparencia de la que nos hablaba
Carlos Fuentes en sus escritos.
Centenarios
curanderos, ambivalentes brujos, aparecidos que cruzan las líneas entre el sueño
y la vigilia para resolver o afectar la vida de los protagonistas, son los
elementos comunes de estos relatos que nos atrapan en el misterio y nos
convidan a llegar al desenlace.
El Vampiro del Río Grande es un libro
donde la realidad es esa delgada capa que cubre los pueblos y ciudades al borde
del río fronterizo y que a diario se rompe para dar cabida a una nueva
historia.
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