Dados los recurrentes episodios de insomnio, generados en
gran medida por la continua aparición de su imagen inundando cada espacio del cerebro, en diferentes contextos, escenarios y posiciones; con diferentes tonos de luz y
fondos musicales, se hace por completo necesario tomar medidas urgentes que mitiguen de alguna manera
la ansiedad y la nostalgia
que, especialmente en la noche, se
apoderan sin avisar
y por asalto de todos los rincones
de la casa, que embarran
cada sábana, que se adhieren al cuerpo como una gran
serpiente que ahoga cada vez más con cada vuelta, que marchitan las manos y los
ojos y te sientan en un vórtice que gira y gira ad nauseam, que te suben y bajan para luego quemarte en el ara
feliz de su recuerdo. Estas medidas son aún más perentorias cuando llueve
o cuando hay luna llena y los pinos recortan
su figura sobre
un cielo estrellado, y muy especialmente
cuando se está parado frente al mar y las olas acarician los pies, y los
sargazos te devuelven un perfume de profunda tibieza y melancólica dicha.
Urge entonces yacer en posición y mueble preferidos,
cuidándose de no quedar tan cómodo que pueda
llegar a imaginar
su aroma, o el calor de sus brazos en la noche,
o el rictus de su boca cuando ríe, o el color de su piel en la
penumbra. En un primer intento trate de perderse en la fantasía que la tele le
ofrece, aclarando que en los tiempos actuales la oferta es deleznable, en cuyo
caso las consecuencias podrían ser peores. Tome pues el control con su mano derecha (o izquierda según el
caso) y con el brazo extendido en la dirección del aparato pulse con el dedo
pulgar el botón correspondiente. Podrá observar
que éste irá emitiendo luminosos destellos a la velocidad del dedo.
Deténgase en la opción que considere conveniente, cuidando de evitar las
escenas de amor, de miradas furtivas o caricias, so pena de evocar atardeceres olvidados, besos bajo la lluvia,
noches de vino. Especialmente
evítense aquellos canales de lúbrico contenido, pues estos podrían evocar
recuerdos más profundos: un paisaje
lunar, un pliegue,
un cabello dorado
como un rayo de sol sobre
la cara, un gemido, una tibia humedad,
una agonía lenta
y contenida, un olor que hace que usted al fin comprenda a las bestias del campo,
convocando demonios bastante difíciles de apaciguar. En todo caso manténgase
fuera del alcance de los mimos.
Mientras la noche avanza, especialmente si lo anterior no
arroja resultados y sigue llegando hasta usted
el olor de un aliento,
el color de unos labios,
una humedad, es aconsejable mantenerse alejado del estéreo y por nada en el mundo recurrir
a Serrat o a Sabina,
a Montaner o a Pablo,
o a cualquier otro que pueda suscitar suspiros y pinte en su cabeza
los momentos de dicha que alguna vez le hicieron pensar que el mundo era
sencillo, que la noche era noche y el sueño no era esquivo y que un
solo “te amo” de sus labios era lo suficiente para dormir
el más afortunado de los sueños, sin ver, como esta noche, a todos los segundos escurrirse uno a uno hacia una oscuridad impenetrable. De ser posible recúrrase a Chopin y sus nocturnos
o a Schubert y sus cantos, pero nunca
a Fauré, de cuyos terciopelos se dice que pueden excitar la piel de tal
manera que le sea imposible olvidar el albor
de otra piel debajo de la cual se encuentra el paraíso, donde
se hicieron agua tantas veces sus
manos y sobre cuyos pliegues se durmieron tantas veces sus besos. Convénzase
con Silvio de que “después que
canta el hombre
queda solo” y convenza a Serrat de que no siempre “es
conveniente y hasta imprescindible, tener a mano una mujer desnuda”.
Y mientras el reloj se desgrana en segundos monótonos y
tristes y la noche se desboca implacable hacia el día, asómese al espejo y
mírese los ojos, esculque el interior de su mirada. Vaya a la
biblioteca, tome un libro de Borges o Cortázar, en todo caso nunca a Benedetti. Abra el libro
y vuele. Mire cómo va quedando
un reguero brillante de palabras en el piso. Deguste los sabores, disfrute sus
olores, pero solo hasta que estos lo remitan a otros que puedan desperezar
ciertas partes del cuerpo, que puedan llevarlo a un estado de exaltación y
desesperación, nada convenientes, especialmente a esta altura de la noche. Y si
a pesar de todo, a estas horas, usted no puede sacar de su cabeza aquellos ojos
que lo desnudan con solo mirarlo, lo mejor sería reconocer que usted está
jodido y que el sol que ahora asoma por el horizonte, terminará llevándolo, al
final de la tarde a una nueva noche, en la que quizás pueda probar otros recursos.