Era jueves.
Una vez más el último jueves del mes. Se levantó sabiendo que como durante los
últimos 4 jueves regresaría a casa con las típicas náuseas y un cuerpo débil
que la llevarían a postrarse en la cama por el resto del día, o quizás el resto
de la semana. Aun así se levantó con el ánimo de siempre, al fin y al cabo sería
una quimioterapia menos, de la lista de 10, que tendría que aguantar.
En el
hospital era la misma rutina: los mismos pacientes, las mismas enfermeras, los
mismos médicos. La única novedad fue que el señor de Matagalpa había llegado
antes que ella, era la primera vez, al parecer hoy no lo había dejado el bus. Carlos
ya se había ido a la universidad y vendría por ella después de mediodía. Con
los sueros en mano se sentó en la misma silla que se sentaba cada 21 días.
“Hola Naomi, ¿Cómo te sentís hoy?”, le dijo la misma enfermera que la atendía,
doña Juanita, la de busto grande y piernas cortas, mientras se ponía los
guantes morados para empezar a conectarle los ductos correspondientes. En
realidad se sentía tranquila, pero ansiosa de que estas casi 6 horas de
martirio pasasen rápido. Una vez terminada su labor, doña Juanita se retiró
atender a otro paciente. Naomi se quedó ahí, sola en su lucha en contra de un
cáncer linfático detectado hace poco menos de un año. Sola en su pensamiento
optimista de que todo saldría bien y que después de hoy faltarían solamente
tres sesiones más. Sola estaba Naomi, sola sin siquiera imaginar que en poco
menos de un mes, estaría luchando doblemente por su vida.
“¡Agachate,
agachate, no ves que están disparando por ese lado!” le gritaba la Comandante
Masha a Carlos mientras este se arrastraba de prisa hacia el otro extremo del
tranque. “¡Nos están tirando a nosotros Masha, nos están tirando a nosotros!”
gritaba Carla mientras que con su celular grababa como podía lo que pasaba.
El ruido de
las balas retumbaba con fuerza en sus oídos cuando penetraban en las paredes de
las casas de alrededor. Masha sentía venir una debilidad en el cuerpo que
fácilmente reconoció, pues ya llevaba meses sintiéndola, sin embargo esta vez
era diferente: si su cuerpo se rendía ella moriría de una bala. Del otro lado
del tranque los paramilitares cargaban sus fusiles AK-47 con tan fluidez que
hasta parecían disfrutar de su trabajo. “¡Cúbranme!” gritaba Tomás, el gordito
que vestía la camisa roja que le había regalado su hija la Navidad pasada y
quien cubría su pecho con un chaleco negro antibalas, su cara con la capucha
negra que le dio Luis, y su cabeza con el gorrito playero que usó hacía unas
semanas cuando llevó a su familia a las playas de Pochomil el sábado de gloria.
Masha sentía
miedo de morir, aunque no era el mismo miedo que sintió cuando el médico le
explicó los resultados de la biopsia que le habían hecho. Este miedo era
distinto porque junto a él estaba una rabia que nunca había sentido antes. No,
su cuerpo no podía rendirse así de fácil, no en estos momentos. Quizás fue la
adrenalina o la misma rabia que la hizo reaccionar y quitándose la máscara antigás
improvisada que se había puesto, tomó el mortero y poniéndolo entre el agujero
que habían dejado en medio de la pared de ladrillos lo apuntó hacia donde
pensaba salían los tiros. “Pasame el fuego Carlos, apuráte, apuráte!” le gritó
a un Carlos que le obedecía con manos temblorosas. “Vos Carla, dejá ese
teléfono y agarrá el otro mortero, apuráte!”
“Jefe, están
disparando morteros” gritaba Tomás mientras cargaba su AK-47. “No importa, vos
seguí disparando, estos chavalos hijos de la gran puta se la dan de valientes,
seguí disparando!” Le contestó el jefe de escuadrón quien había recibido
órdenes de esa noche limpiar todos los tranques del barrio Santo Domingo.
Era casi de
madrugada y el sol estaba por salir. La oscuridad, cómplice de los
paramilitares, se iba con más prisa que otras noches. El jefe vio su reloj y
calculó unos 5 minutos para que pasara por ellos la Toyota Hilux. “Ya paren el
fuego y alístense que ya van a pasar por nosotros. Mañana les seguimos dando
verga a estos chavalos hijuelagranputas” ordenó el jefe.
“Ya se van,
ya se van. Ahí viene la Hilux” gritaba con alivio Carlos. Habían sobrevivido
una noche más. La comandante Masha respiró profundamente mientras en silencio
daba gracias a Dios por los primero rayos de sol. Abrazó a cada uno de sus
amigos y les agradeció su valentía. Había sido una noche larga y dura, la peor
que habían pasado. Recogió sus cosas y esperó con calma al próximo grupo que le
tocaba vigilar la tranca. Era el último jueves de abril y doña Juanita la iba a
estar esperando más tarde en el hospital.
Yo pesqué una sirena y la arroje al mar. El juego se hunde en la arena, desaparece para dar paso a la seductora inocencia de una sirena, los rayos del sol se concentran en ella... El pirata descubre el cofre y se lanza al fondo de un mar que no sólo no ahoga, le llena de vida.
María Juana, flotas sobre las olas, el viento me acerca tu piel, mientras el agua fluye de ti, pero su marea hacia ti me arrastra. Aún en silencio escucho tu canto, invitación de un son en jarana y la danza de tu cabellera (ramas del palmar). El susurro del azul obscuro en un lento beso a la luna y el guiño de tus luceros.
Yo pesqué una sirena y me invitó a amar. Suave marea del arpa sonora y su eco en tu risa, décimas que escalan el lenguaje hasta convertirse en silente promesa.
Yo pesque una sirena. Se me fue a través del humo al fumar. No, no fué un sueño, fué la invitación del camino a la vida, mirar de frente y caminar de la mano.
VERANO DEL 74, DESDE ENTONCES Y PARA SIEMPRE ... SOLO VERACRUZ ES BELLO.